Patrulla nocturna /LIBRE A CUALQUIER LOBO

Me levanté, lista para dar una orden a la manada. El frío calava mis huesos y me hacía temblar. Y eso que yo contaba con una densa capa de pelaje que me protegía. Levanté mis alas, pero sin ninguna intención de volar. Es que las tenía adormiladas. Me sacudí, intentando quitarme el rocío de la noche. Lentamente me acerqué hacia los otros lobos. Solté un gran aullido, esperando que me oyeran y acudieran.

-Últimamente he visto marcas de lobos que no son de la manada. De ahora en más, todas las noches haremos una patrulla nocturna. Hoy empezamos. ¿Quién se propone para venir conmigo?-Dije, levantando la barbilla y esperando a que alguien se propusiera.

Me senté. Esperaba no tener que ir sola. Volví a sacudir abruptamente mi pelaje. Esa noche hacía más frío que siempre. Maldita sea, ya me había calado por completo.
Mis ojos violacios se sacudieron de un lado a otro. Como nadie se proponía, debería decidir yo quién iría conmigo. Bufé para mis adentros.

-Ulforce, tú vienes. Alelí, tú también.-Finalicé, dándome vuelta para arrancar.

Off-Topic:

Aquella era una noche deliciosa. Una brisa templada resoplaba entre las delgadas hojas y ramas que recubrían la guarida en la que dormitaban una docena de lobos cuyo pelaje tranquilamente podía mezclarse con el color azabache de turno. La luna estaba en su punto más alto, rellenando la oscuridad con su siempre eterna compañía. Lo único que se escuchaba, aparte del resoplido de los canes al aspirar y retirar el aire de sus pulmones, era el del agua localizada en el arrollo dentro del territorio de la Manada de las Luciérnagas.

La única loba diferente, cuyo sector inferior relucía con un color blanco/plateado gracias al haz de luz que golpeaba delicadamente sobre su estómago, se revolvía inquieta en su nido. Asegurándose que cada lobo se vaya a dormir con el estómago lleno, obvió el detalle que ella misma no había cazado nada para recuperar energías; ésto se repitió durante tres días. Lentamente, ésta condición la estaba afectando físicamente, sin contar el concierto de tambores auspiciado por su estómago y la falta de tolerancia que iba en aumento por el apetito.

Decidiéndose, la joven Eclipse tiene cuidado de no molestar a quienes estaban en los brazos de Morfeo en aquellos momentos, paso a paso controlando cada fibra de sus músculos para no pisar a nadie, y se retira lentamente. Únicamente una vez que está afuera, procede a desentumecer su cuerpo. Primero se inclina hacia adelante, sintiendo cómo cada vértebra en su columna se reacomoda tras estar tanto tiempo acurrucada y enrollada sobre sí misma; luego hacia atrás, terminando el trabajo satisfactoriamente. Durante todo éste proceso, sus fauces se abrieron, revelando unos enormes colmillos, en una mueca de bostezo. Después, le sigue sus gigantescas alas, las cuales estira y agita, notando cómo una de sus plumas se desprende y vuela con rumbo desconocido. Dos enormes ojos ambarinos y brillantes observan con desdén y melancolía los movimientos realizados por la pequeña parte de sí que acababa de perder. Recordó por un momento lo que había sido ser libre de hacer lo que quiera, sin responsabilidades que la ataran al suelo. No hay que confundirse, Eclipse adoraba sentir que muchos lobos dependían de cada paso que daba junto a la Alfa de turno. Pero el estrés generado por las constantes peleas entre manadas a veces dejaban mucho que desear.

Agitando su pelaje para quitarse las ideas de la cabeza, Eclipse se enfoca en pasar la noche buscando algo para alimentarse. Anteriormente, ésto le resultaba sencillo, pues no tenía límites territoriales. Simplemente volaba tras el territorio de la Manada Nevada, fuera de él, más allá, donde abundaban presas por igual. El frío le resultaba irrelevante, pues su espeso pelaje la protegía completamente del mismo. Pero ahora debía contentarse con lo que su territorio le brindaba. Y no era mucho. Mas agradecía tener la posibilidad de relajarse bajo el Sol en cualquier momento libre que tenga, hasta incluso comportándose como el cachorro más jóven, revolcándose en el césped y correteando sin rumbo, persiguiendo presas invisibles. Obviamente que ésto lo hacía en solitario, pues su posición como Beta debería mostrarla fuerte, seria y confiada. Se rie ante la cara que pondrían los demás miembro si alguna vez la descubriesen realizando tan infantiles acciones.

Soltando un suspiro y pequeña risa, avanza en un trote para tomar velocidad. Despliega sus alas y las mueve de manera ascendente y descendente, hasta que segundos más tarde, se encontraba sobrevolando el territorio. El viento en su cara es delicioso, y no evita soltar un gimoteo de pura felicidad. Se toma un momento para observar las estrellas del firmamento, puntos brillantes que danzaban perezosamente en un manto completamente obscuro. Muchas veces la bicolor se preguntaba qué se sentiría tocar una; le gustaba creer que algún día, ella se uniría entre sus rangos, y cuidaría de aquellos que se quedan en el mundo terrenal.

Mas un pequeño movimiento bajo ella la quita de su ensimismamiento. ¿Qué era aquello?. Sin mucho esfuerzo, la enorme figura pone su atención fija al animal pastando. Un ciervo. De todos los pocos animales, tenía que ser un ciervo. Rebosando de alegría, mueve sus alas de tal manera que se encuentra bajando rápidamente en dirección al cérvido. Pero ella quería hacerlo de manera tradicional. No estaba compitiendo con nadie. Aterrizando lo más suavemente que pudo a cierta distancia, acecha a su presa, con el corazón retumbándole en su caja torácica alocadamente. Hace tiempo que no sentía la emoción de cazar algo de aquél tamaño, y por sí sola. La última vez había sido hace varias lunas ya.

Probando altanería, simplemente comienza la carrera de un salto al estar lo suficientemente cerca. A veces no puede explicarlo, pero el aroma a terror que emanaba de su presa provocaba una sensación de adrenalina que disfrutaba de sobremanera, por lo que adoraba no avanzar a toda velocidad, alargando la caza hasta que sus músculos comenzaban a insistir que terminara ya con el sufrimiento del otro animal.

Pero esa sensación llegó antes de tiempo. Mucho antes de lo que había calculado. Y para su horror, tampoco notó dónde se encontraba o hacia dónde había corrido. Tras dar una rápida ojeada a sus alrededores, nota que estaba peligrosamente cerca del borde con la otra manadam principalmente detectado por el aroma a frío que se acercaba con cada paso que ambos mamíferos daban. Lo único que faltaba era una disputa por un simple ciervo, que además abundaban en el blanquecino suelo de la Manada Nevada. Gruñendo por lo bajo al pensar en ello, su cerebro orden a sus músculos apurarse, y logra desviar al animal a pocos metros de cruzar límites. Con un suspiro de alivio, Eclipse decide que ya han sido muchas emociones por una noche. Aprovechando la velocidad, da un enorme salto; se adelanta utilizando sus alas, y de un simple movimiento y mordisco, despacha al hervíboro tras destrozarle la yugular.

Hocico cubierto de sangre y lengua por primera vez en mucho tiempo vagando fuera de su boca por el cansancio, Eclipse se tumba a un costado del cuerpo sin vida de su próxima comida. Por supuesto que sólo tomaría parte de ella, y el resto sería llevado de regreso al resto de la manada.

Un aroma sobremente conocido provoca que las orejas de la loba se levanten en señal de alerta. Lobos. Olisqueando el aire, identifica aquél hedor. Manada Nevada. ¿A esa altura de la noche? ¿Cuántos? Tres adultos, y un pequeño. Su alerta se convierte en desconfianza cuando detecta la identidad tras los olores. Alfa, Beta, un miembro más y al pequeño cachorro, hijo de los primeros.

Pero no pasa mucho hasta que se relaja. No podrían decirle nada. El animal que había conseguido se encontraba en el corazón de su territorio, ya la caza simplemente los llevó hasta allí. Además que siendo de noche, Eclipse contaba con el elemento de ventaja. Encongiéndose de hombros pero tensando músculos, se dispone a disfrutar de unos cuantos mordiscos de su presa.